A word by my soul...

La proyección de nuestros más grandes miedos...

sábado, 1 de junio de 2013

No se lo des.
No se lo entregues.
No importa cuánto la ames.
No le pertenece.
Sabes que el dueño no nació, lo sabes!!!
No permitas que sea suyo!!!
Volveremos a llorar, lo sabes!!!
No importa cuanto se parezca esto a aquello, no se lo des!!!
Pelea contra ello, por Dios!
Muerde si es necesario!
Arráncatelo de los labios, y del pensamiento!!
Cómo está?
Se siente bien?
Ella dice que sí.
Le ha asegurado un sinfín de veces que podría ser mucho mejor, sin embargo, ella guarda silencio.
La ama. Al principio no lo entendía, dolía y no podía sacarlo de su sistema. Ahora que lo ha hecho, hubiera deseado ahogarlo con toda la fuerza dentro de su pecho. apretarlo contra si como si fuera comida entre sus mandíbulas.

D. Teufel

domingo, 13 de enero de 2013


Abrí  los ojos.
Y en ese efímero parpadeo deseé con todas mis fuerzas no haberlo hecho.
Aún estaba en el subterráneo, donde Van Heleen me había dejado atado, y con la cara doliéndome horriblemente.
Los recuerdos llegaron en el peor de los momentos y volví a sentir ese miedo viejo pero vigoroso que tanto odiaba, y que conocía muy bien.
Un día, de hacía varios años, jugaba con mi mejor amigo de esos días, Scott Van Heleen—ahora me parecía una ironía muy amarga—en un parque que hay a unas cuadras de mi casa; nos gustaba ir debajo de un puentecito que piedras y adoquines que saltaba un arroyo muy bajo y arrojar rocas al agua, y cualquier tontería que nos permitiera mojarnos y atascarnos de lodo.
Ese día, escuchamos un ruido.
Un sonidito bajo y melodioso, como una tonada emitida con la nariz, que sonaba lejana y triste, y muy atrayente, o tanto como podía resultarle a un niño de esa edad, que además era muy curioso.
— ¡Hey, Scott! ¿Escuchas eso?—le dije a Scott mirando hacia la entrada del subterráneo, un pequeño huequito entre unas, aquel canto salía entre las peñas como agua deslizándose entre los dedos.
Scott me miró, desconfiado, sosteniendo aún la gran piedra que planeaba lanzar al fondo del canal.
—Yo no escuché nada…
—Claro que sí, pero si lo aceptas tendrás que ir conmigo a ver—le dije torciendo la boca como un pato, me paré como uno también y puse las manos en asas, tratando de intimidarlo.
—No tengo que ir contigo a ningún lado, vine a revolcarme en el lodo y eso voy a hacer—Scott se enfurruñó y siguió con lo suyo, fingiendo que yo no existía.
Entonces, decidí que tenía que ir solo.
Me atoré en el hueco que constituía la entrada a las catacumbas, me demoré unos instantes mientras Scott se burlaba de mí, hasta que me hice más delgado y logré entrar. Caí de cabeza por una pared empinada que parecía una resbaladilla y aterricé en el piso dándome una vuelta de oso.
No pensé—después de esa caída— en otra cosa que no fuera la enorme suerte que había tenido, porque el haber entrado ya era un triunfo para mí.
Me levante, me sacudí el trasero de arena y traté de acostumbrar la vista a la iluminación del lugar.
Pensé que era raro que hubiera antorchas encendidas, porque por lo que podía deducir, alguien debía haberlas encendido, y se suponía que el lugar estaba abandonado.
No me di cuenta de que el canto había cesado hasta que volví a escucharlo, igual que afuera, era una tonadita dolorosa.
Se me encogió el estómago, que era el lugar que en ese entonces albergaba mis más intensas emociones…
Comencé a caminar, tratando de seguir el canto; había muchos corredores, pero a medida que recorría el que estaba frente a mí, la melodía se hacía más fuerte, más fácil de distinguir. Llegué a lo que parecía el pórtico más amplio y el más iluminado, y al final había una puerta, muy grande y ancha, de madera, con un candado, cerrado por supuesto; y aunque eso me desanimó un poco, no me detuve, me acerqué y traté de mirar por entre las grietas en la madera.
Dentro había libros, en libreros, claro, mesas, y…
Mesas y…
Una pecera gigante.
Y la música se volvía más fuerte…casi podía entenderla, aunque no conociera las palabras que formaban la canción.
Y dentro, había…
— ¡OYE, MOCOSO, QUE HACES AQUÍ DENTRO!
Salté del susto, y me despegué del portón, miré hacía la voz que me había gritado.
A izquierda, al fondo del corredor  había un hombre vestido con una bata larga y oscura; era viejo y feo.
Sin embargo, lo más aterrador en ese momento, y ahora, fue que, a la altura de sus rodillas, había “algo” pequeño que parecía una persona: tenía los ojos desmesuradamente abiertos, tanto que creí que se le saldrían, sonreía, con una mueca desquiciada, un hilo de baba le escurría por un lado de la boca, tenía los brazos mucho más largos de lo normal y la piel parecía quemada.
Caminaba en cuatro patas, casi arrastrándose con un rictus de dolor constante entremezclado con su sonrisa perturbada. 
Era el rostro de mis más horribles pesadillas.
Me quedé inmóvil, observando a aquella criatura moverse de forma terrible, sintiendo como se me erizaba la piel con solo mirar.
— ¡JUDAS, MÁTALO!—aquel anciano feo y encorvado gritó, y la criatura a su lado comenzó a “caminar” moviéndose de manera repugnante, sacudiendo todos sus deformes miembros, acortando la distancia entre nosotros.
Retrocedí con miedo a estar paralizado, entonces, la criatura comenzó a gruñir, a emitir un ruido sordo, como si un animal herido se lamentara; podía jurar que mi sangre en ese momento estaba helada.
Y corrí; corrí tanto como mis vergonzosas piernas me lo permitieron, tratando con desesperación de encontrar la salida, memorizando los túneles que había recorrido para llegar hasta ese punto en el que me encontraba.
Sentía las lágrimas salirse de mis ojos, involuntarias, raudas, al tiempo que escuchaba el jadeo y los miembros arrastrados de Judas detrás de mí, la risa burlona de aquel viejo ante mis lagrimas, y a la criatura acercándose cada vez más…
Sacudí la cabeza, tratando de olvidar los recuerdos, porque eran eso, recuerdos, aunque dolorosos y crueles, pero que regresaban de una forma desgraciada.
Porque la verdad era que por muy pasado que fuera, aquí estaba otra vez, metido en este maldito lugar del demonio del que con esfuerzos a duras penas había logrado salir.
¡Tenía que estar salado!
Había tardado tan tiempo en deshacerme de la fama de moja-pantalones; tanto tiempo en el que nadie me creyó lo ocurrido, tiempo en el que me esforcé tanto por olvidar lo que había visto, sentir el mismo miedo en sueños al ver como Judas me perseguía, para inmediatamente despertar con aquella melodía desconsolada que me había hecho entrar a las catacumbas.
Hasta que un día, yo mismo llegué a creerme el cuento de que nunca había visto nada; pero esta noche todo parecía confirmar mis sospechas.
Yo siempre dije la verdad, y Judas, el viejo, y el canto proveniente de la cisterna, todo había sido real, y quizá, si tenía muy mala suerte, todo seguía aquí.
De pronto, la calma se rompió, y mi sangre se heló al escuchar una melodía baja y gutural que provenía de un lugar detrás de mí. Me encontraba dentro de aquella habitación a la que no había podido entrar hacía tantos años; lo sabía porque la puerta de madera estaba delante de mí, cerrada, pues al parecer Van Heleen se había encargado de ella. Me arrastré tanto como pude haciendo acopio de fuerza y con el costado izquierdo más que raspado contra el suelo visualicé el lugar de donde venía el ruido.
En el centro de aquella sala había un enorme tanque lleno de agua con una base metálica, lo que parecía una bomba de oxígeno, estaba empotrada a un lado emitiendo una serie de ruidos que parecían indicar que estaba funcionando.
Y dentro estaba lo que producía aquel hipnotizante sonido.
En las aguas verdosas y levemente iluminadas por las antorchas, flotaba un ser.
Contuve el aire mientras mis ojos se llenaban de la impresionante y absurda visión, y poco a poco, la imposibilidad se me fue rebajando, al mismo ritmo que mi curiosidad que no había desaparecido con los años, y a pesar de lo malo que me había causado, empezaba a ganar fuerzas.
Siempre ganándome.
Una criatura completamente sobrenatural estaba dentro de la cisterna, con las largas y huesudas manos pegadas al cristal, en las que se le podían ver diez finas garras negras donde la gente común tendría uñas cortitas y color carne; su rostro pálido hacía muecas de extrañeza cuando sus labios se pegaban al cristal como soplándolo, y sus ojos rasgados, enormes y de pupilas rojas que se parecían mucho a los ojos de las hadas malvadas en los libros infantiles, me miraban fijamente, parpadeando.
Tenía los cabellos largos y negros, como serpientes brillantes y ondulantes que se movían alrededor de su rostro, enmarcándolo y haciéndolo lucir perverso; y tenía una cola.
Tenía una cola.
Como la de un pez, con una aleta abanicada; en el lugar donde deberían estar un par de piernas, había una cola de pez.
Traté de levantarme y di gracias a que era ligero. Recogí el peso de mi cuerpo y con cuidado de no caerme de cara—pues tenía las manos atadas en la espalda—me levanté.
La cabeza me daba vueltas, traté de estabilizarme cerrando los ojos y respirando profundo, porque mis ansias por lo que ahí estaba en la cisterna eran más fuertes que cualquier dolor que pudiera sentir.
Caminé unos pasos hacia el tanque, y la visión de la criatura se hizo más nítida.
El ser se agitaba fantasmalmente cerca del vidrio, removiendo lentamente sus aletas que parecían velos, rojos y negros, como si llevara una falda. En su cuerpo no había división entre la piel espectralmente blanca y la oscura aleta, simplemente iban fundiéndose una con la otra de una forma limpia y casi imperceptible, como manchones de tinta.
Llegué hasta el tanque, aún con las manos atadas y miré intensamente a los ojos rojos que me saludaban a través del agua.
La sirena, como yo mismo la denominaba para mis adentros, me miraba con una expresión curiosa; era hermosa, como nada que hubiera visto antes, era de otro mundo.
Y al mismo tiempo me inspiraba un miedo tan intrigante y seductor que me impedía alejarme. En ese momento era yo como una mosca frente al anzuelo esférico y rojo de una planta carnívora.
Sí, y yo de veras quería que la planta me comiera.
—Hola…—murmuré y ella cambió su expresión, como si mi voz la sorprendiera—Hola…
Balbuceó algo parecido a un “HOOLAA” emitiendo una serie de gorgoritos burbujeantes con las mejillas pegadas al vidrio. Había algo sumamente gracioso en su curiosidad, en la forma en como actuaba, en como ponía toda su atención en mi.
—Puedes hablar…—me sentía de pronto muy tonto, aunque sabía que no debía, pues no era producto de mi mente, y que la criatura en la cisterna era real—Puedes hablar…
La sirena negó con la cabeza, lentamente, entonces me di cuenta de que me entendía, aquella conclusión era inequívoca.
Pero entonces, la maravilla se esfumó rápidamente, si no podía hablar, quería decir que no podría decirme nada, no podría responder a ninguna de las preguntas que me taladraban en la cabeza justo en aquellos instantes.
—No necesito mover la boca para que me entiendas…
Dí un respingo. Una voz había sonado dentro de mi cabeza, automáticamente miré a la sirena a escasos centímetros de mi cara; ella asintió lentamente, estiró el cuello albino dejando ver las venas azules en su garganta y le sonrió mostrándole un par de colmillos aperlados y largos.
Era ella hablando dentro de su cabeza.
— ¿Cómo te llamas?—la suya era una voz muy especial, suave, pero imposible de definir, no un chillido agudo como el que hubiera esperado de uno de esos seres, sino un rumor grave y gutural, demasiado encantador, incluso hipnotizante.
Visualicé mi respuesta mentalmente un instante, y apenas lo hice, ella asintió con una mueca de entendimiento. De todas maneras, respondí.
—Tom—dije, calando la efectividad de mis intentos de telepatía.
—Si—respondió con la misma sonrisa salvaje que le había mostrado hacía un instante; aquello era sencillo, comunicarse con ella no le significaba ningún esfuerzo.
Entonces, con un poco más de confianza al saber como hablarle y hacerse entender, me aventé a iniciar mi muy necesario interrogatorio.
— ¿Cómo te llamas?
Con un gesto simple de cabeza señaló hacia abajo, en donde había un letrero, una pequeña placa metálica.
—“Androfatus” —recé, repasando la leyenda en la placa; el nombre me pareció raro, pero también apropiado— ¿Te llamas Androfatus?
Asintió en silencio agitando su larga melena negra entre sus velos rojizos, envuelta en una constelación de burbujillas que bailaban.
—Asombroso…
Sonrió, y uno de sus colmillos asomó entre sus labios, sentí un estremecimiento, a cada instante, con cada gesto que hacía, descubría que tenía muchas formas de verse más asombrosa.
— ¿Vives en este lugar?
—No.
—Entonces ¿Por qué estás aquí?
—Alguien me trajo hace mucho—explicó, su rostro y tono de voz dentro de mi cabeza me hizo sentir melancolía. Sentí un apretón de estómago.
—Tú ¿Querías venir? ¿O te obligaron…?
—El hombre anciano—dijo y su presencia volvió a tornarse misteriosa, sus ojos rojizos se afectaron por una sombra rencorosa demasiado pesada para que yo la descifrara.
De pronto caí en la cuenta, y la inquietud comenzó a invadirme, no había pensado en ello, en que probablemente aquel viejo de hacía años seguía ahí.
Después de su encuentro creí que quizá habría muerto pues su vejez en ese entonces parecía avanzada, pero ahora frente a Androfatus me di cuenta de que algo tan normal y común como morir por viejo era absurdo en dicho universo. Y cuando pensé que tener a tales personajes al acecho en tan enredado sitio era malo, entendí que estaba equivocado.
—Judas…—repetí como si tanteara mi reacción ante la mención del nombre, aunque miraba a Androfatus, en realidad no le miraba
—Te encontraste con el homúnculo—los ojos de la criatura se cerraron hasta hacerse dos rayas, no preguntaba, a decir verdad parecía afirmarlo, seguramente por mi expresión— ¿Eso fue lo que te asustó tanto?
Asentí clavando mis ojos en los de ella, suspiré, estando inquieto podía sentirme todavía intimidado por su presencia, y sin querer, los recuerdos de estar corriendo delante de aquel monstruo informe volvían bombardeando mi memoria y mis ojos.
—La primera vez que bajé…—tragué saliva y sentí que se había vuelto espesa—Oí tu voz, cantabas algo que nunca había escuchado, algo que creo que nunca había sido escuchado en la tierra. Sentí mucha curiosidad, y tristeza, me dolía el estómago. Cuando llegué a la puerta—le señalé la puerta con el índice—quise mirar por los hoyitos; y casi alcanzaba el más grande, cuando el viejo me gritó; creí que me regañaba por entrar a su casa o algo así, como todos los adultos cuando haces algo que no debes. Pero entonces vi a Judas a su lado. ¡Dios, no sabes la cantidad de pesadillas que tuve por su culpa! ¡Era horrible…! Tenía tanto miedo…era como si alguien hubiera entrado en las pesadillas de todo el mundo y hubieran materializado a ese ente. Al mismo tiempo, verlo era tan cruel y doloroso. El viejo le ordenó que me matara, mientras yo corría con esa “cosa” detrás mió, él reía, y yo lloraba. Judas gruñía. Pero yo pude escapar.
—Judas no es el único, hay más—dijo Androfatus, se pegó al cristal mirándome con un deje siniestro—Y todos comen…
Me había quedado ensimismado, pero sus últimas palabras me trajeron de vuelta.
— ¿Comen…?—no estaba seguro de haber comprendido— Pero todos comemos, todo el mundo come.
—Pero nadie come lo que ellos…—aseguró, su rostro pálido, de facciones perfectas se tensó volviéndose casi humano, sus profundos ojos rojos se llenaron de un brillo tembloroso que me hizo ponerme nervioso, sospechaba ya que era lo que comían; aún así quise confirmar.
— ¿Qué es lo que comen?—estudié atentamente las expresiones de su rostro— ¿Qué puede ser tan malo?
— Niños.
Si había sentido la saliva espesa, ahora era sólida.
—Eso no es cierto ¿Verdad?
—Otelo trae niños, muy pequeñitos, y los alimenta, les da leche y miel, y semillas…a los homúnculos les gusta, dicen que endulza la sangre—la seriedad con que explicó aquellos hechos me hizo temerle por un instante, se veía impasible mientras que yo sentía náuseas.
Las náuseas comenzaron a acumularse en mi interior, con un sabor espeso me hizo pensar en la sangre y en la leche, y sentí ganas de devolver el almuerzo, me acerqué al tanque y me apoyé en el cristal casi violentamente—Alguien tiene que detenerlos…no pueden seguir asesinando inocentes…no pueden… ¿O es que nadie lo sabe?
Negó sin decir nada.
— ¿Y tú, tú no corres peligro estando aquí? ¿No te han lastimado? ¿Cómo es que tienes tanto en este lugar y sigues viva?—insistí, la verdad era que sin conocerla realmente tenía miedo por ella, miedo de que algo pudiera pasarle. La idea de todos aquellos seres como Judas, cerca de Androfatus era inquietante e imposible de tolerar, y el sentimiento se hacía cada vez más intenso.
—En realidad ellos para mí no son un peligro—explicó alejándose del cristal—Otelo los hizo para asegurar mi anonimato. No quiere que nadie se acerque…Cree que en cualquier momento podría venir un hombre y hacer lo mismo que él ha hecho.
—Yo casi logro entrar…—confundido rodeé el tanque, buscando el rostro de la sirena, sentí mis manos libres, y la soga cayó al suelo, estaba libre—Yo era un niño, y casi pude verte a través de la puerta, ¿Por qué si te cuida tanto casi lo burlé…? ¿Y qué ha pasado esta noche? No es que quiera verlo, pero—aclaré como un conjuro protector por si alguien encargado del destino y las malas jugadas me escuchaba— ¿Dónde está?
Se detuvo cuando me hinqué junto al cristal, y sus palmas se pegaron de nuevo al vidrio, buscando las mías. Me alegré de  ser libre porque pude unir mis manos con las suyas.
Y aunque nos separaba el cristal, sentía que casi podía tocarla.
—Porque hoy se ha ido…—parpadeó agitando sus largas pestañas en medio del agua—Ha salido por primera vez en mucho tiempo…
Aleteó un poco haciendo círculos en el tanque mientras la miraba, intentando reflexionar.
— ¿No quisieras salir de aquí?
Me miró con una mezcla de curiosidad e inapetencia tan fundidas que resultaban en algo insospechado y único.
— ¿A dónde iría? Todos los que son como yo han desaparecido con el paso de los tiempos; el mundo ha cambiado tanto que han tenido que evolucionar con él, mutando en formas de vida más acorde con la edad. Hoy, probablemente sea yo el único que conserva esta forma.
Me sentí desolado; todo un mundo de posibilidades bizarras y tristes se desplegaba en aquel momento, y Androfatus como señero protagonista de aquel cuento era la expresión más intensa; me dejé caer en el suelo, recargado contra el cristal, y permanecimos en silencio durante un largo rato mientras ella me miraba atentamente.
— ¿En qué piensas?
Di un respingo y vi a la criatura inclinada en lo más bajo del tanque, como si estuviera recostada en el suelo, sonreía encantada.
— ¿Por qué ese hombre te ha traído aquí?
—Mejor vete—ascendió a la superficie del tanque y se recargó en el borde, su piel fuera del agua era igual o más pálida que dentro de ella, sus ojos eran más hermosos y en general, su belleza era más sobrenatural.
Robaba más el aliento.
—Pero no me quiero ir—indignado me levanté del suelo, no entendía porque mi respuesta le había molestado—No quiero dejarte, no quiero dejarte aquí, sola, con esos monstruos.
— ¿Por qué crees que son ellos los monstruos?
Me encogí de hombros, la verdad es que no yo no creía que ella fuera un monstruo.
—No lo sé…
Se giró dándome la espalda, con una expresión indudable. Me ignoraría si era necesario—lo sabía—y aunque no podría negar que habíamos hablado, las palabras por esa tarde se daban por terminadas. 

sábado, 12 de enero de 2013

Buenas noches



BUENAS NOCHES HOMBRE DE OSCURIDAD

Buenas noches, hombre de oscuridad,
Sal de debajo de mi cama, que cuando te giras, no me dejas dormir.
Luna, ilumina el camino del gnomo, y permítele volver a casa.
Y mientras las hadas bailan al compás de los tambores,
acompañados del ploc de las gotas de lluvia,
Nosotros simplemente reiremos mirando la noche pasar.
Tu espíritu y el mío descenderán a los bosques bañados del rocío frío,
y en un contraste de blancos y negros nos fundiremos en una alianza sempiterna que nombrara a los pueblos.
Escucha la respiración de la tierra bajo nuestros pies, y saluda al sol en el alba.
Cuida el camino de flores que sembré en una vida pasada.
Qué la nieve es cruel y sus besos matan.
Un guiño de agua atravesado por el sol,
se ha transformado en un espectro de luz, por el que subirán los elementales que han permanecido dormidos bajo la tierra.
Ayer desperté por la mañana, y un árbol moría sobre el camino, su lamento remontaba la historia de los seres asesinados por el invierno. 

jueves, 13 de octubre de 2011

La Primera y Ultima tentación del Diablo



Me engendré  del pecado de los ángeles,
Y la blasfemia de los demonios.
Fui concebido en un limbo de inocencia y maldad…
Cuando estaba por tomar forma dentro del amnio de los ángeles,
Él descubrió mi inocente huella dentro de uno de sus hijos…
Yo era el estigma maldito,
El que evidenciaba la desobediencia al creador.
Y como tal, debía ser purificado.
Mi padre se negó.
Y me arrancó del inexistente útero de mi cáliz anglicano.
Tomé forma en un vientre sinuoso, lleno de licores sexuales, en el centro del infierno,
La morada de mi padre, lo más parecido a un vientre que pudo conseguir.
Mis ojos se tiñeron del color del vino,
Mis labios de su sangre…
Mi cuerpo se formó en los contornos de una perfecta fusión…
Dulzura y maldad…
Dentro de mi nuevo hogar,
Una noche de luna llena, cuando el cielo del inframundo se teñía de un color rojo infeccioso, y yo era ya una criatura nacida,
Luzbel me miró….
Contuvo su respiración violenta y sofocante,
y por un instante el infierno perdió su calor y su aura.
Los condenados dejaron de sentir el dolor de su condena,
y el fuego dejó de quemar,
En la tierra los seres humanos dejaron de pensar en hacer el mal.
Y Dios pudo sentir que casi había ganado a la maldad del reino bajo sus pies…
El Señor de la Oscuridad había perdido el aliento, posando sus ojos en mí, en mi cuerpo, en mis cabellos, en mis ojos…
Supo entonces que existía sobre la tierra y sus polos una instigación que no había sido creada por sus manos,
Una que actuaba como ninguna otra,
Porque lo hacía sobre él.
Una auténtica incitación.
La Primera y Última tentación del Diablo.


martes, 20 de septiembre de 2011

CUANDO LOS SUEÑOS SANGRAN, ES PORQUE LOS HEMOS HERIDO CON EL INSULTO DE LA INCREDULIDAD...




Tú, que has nacido de la desesperación en mi alma,
Tú que has muerto cuando mi fe ha perecido en una peña demasiado filosa,
Tú que has despertado a la bestia moribunda que suplicaba por un poco de comida.
Aquella que enfermó cuando supe,
Que no existirías.
Y me cansé de esperarte.
Me cansé de aguardar a que el cáliz y su carne rosada se llenaran de una sangre que contuviera el fruto que serías;
Me he hartado de mendigar el amor de un ser que no está a mi alcance.
De un ser que ha nacido para ser una reliquia de la eternidad.
Pero a pesar de todo,
A pesar de los tiempos,
Sigo esperando,
Sigo aguardando a que nazcas,
Rogando que mil años no sean demasiados y que cuando hayas venido al mundo,
Aún puedas enamorarte de mí.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Bill Kaulitz

No tengo mucho por decir, salvo quizá que no he tenido tiempo para nada...

Porque??

Hace unos días, murió un amigo muy cercano de mi hermano...
Yo, la verdad lo vi una sola vez, todo un día...y eso fue todo lo que me bastó para recordarlo.
¿Por qué la gente buena muere de forma tan cruel?
¿Por qué Dios lo permite?
En ningún momento deseo desafiar, ni insultar, porque no, ese no es el objetivo.
El objetivo en si es encontrar algo, un algo que nos de un alivio; resignación, no, me nieog rotundamente, aceptación, tal vez, solo al hecho de que no volverá, pero, entonces, ¿Qué es lo que debemos hacer, y sentir cuando cosas asi pasan?
Él murió por huir de los que nos "protegen", el murió por culpa de alguien mas; él murio siendo joven y amado, él murió sin haber cumplido todos sus cometidos en la tierra...
´Si por pura casualidad alguien con el suficiente poder lee esto, piensa, piensa en cuanta gente dejaría de llorar si aquellos que van por las calles sintiendo que son dioses se detuvieran a pensar, y sintieran algo tan básico y tan relevante como la culpa.
Amen hasta que duela, digan que aman hasta que se les seque la lengua, pero nunca, nunca hagan daño.
Pensemos que DIos actúa de formas misteriosas, no porque estemos seguros, sino porque en nuestros corazones de mortales no existe la suficiente perfección y sabiduría como para conllevar algo tan cruel como esto. Pensemos que Dios actúa de forma misteriosa y que él sabe lo que hace y porque, porque solo así podremos seguir viviendo; porque es necesario que Dios en verdad sepa lo que hace, porque si el no lo sabe, que será de nosotros.
Elevemos una plegaria al cielo, porque en verdad confió en Dios, en que el lo protege, y sabe porque lo hizo, porque yo, yo no lo sé, yo no lo comprendo.
Lo unico que comprendo, es que él murió llevandose consigo el llanto de todos aquellos a quienes su corazón tocó. Él murió llevándose un pedazo de mi corazón entrelazado en el suyo. El murió, pero no dejó de existir.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Wounds


WOUNDS


Promete que no estarás cuando abra los ojos…
Promete que ya no dolerá la siguiente vez que me golpees.
Promételo
Porque si no es así, entonces me negaré rotundamente a seguir a tu lado
Aunque te amo, y tú sabes que es verdad.
Prosigue con la sátira que llamas vida.
Esta que me has obligado a ocupar.
Yo no quería vivir, no si iba a ser así.
Deje de soñar hace muchas noches, hace muchos cumpleaños
Y sin embargo todavía creo.
Creo en el cambio y en la mentira, vestida de verdad a medias.
No solo en el deseo inconcluso de tus noches sin remedio
Bésame solo una vez y regálame algo que sea solo para mí.
Será lo único que me llevaré a la tumba cuando haya cerrado los ojos.
Porque de verdad le traigo muchas ganas a eso, a cerrar los ojos por completo.
Por favor, dios, déjame ser feliz con eso que llaman egoísmo.
Déjame por una vez besar sus labios,
Sentir su abrazo y oírle decir “Te amo”,
Te juro que al día siguiente seguiré viviendo por los demás hasta el día en que tú decidas que deje de hacerlo.
Déjalo mentirme,
Hazlo que me mienta,
Y hazlo que me haga feliz…
Regálame un día completo para mí.
Ya no quiero morderme, porque los moretones se notan pero nadie los ve.
Nadie me dice que deje de hacerlo,
Porque a nadie le duele mi piel.
Nadie piensa que es cruel que me sienta de esa manera.
Nadie se detiene a mirarme, nadie lo hará.
¿Qué hago, Señor? ¿Qué hago para ya no sentir que me ahogo?
¿Cómo salgo a la superficie?
Olvídalo, ya no me interesa.
Siento la sedosa frialdad de mi indiferencia enrollarse alrededor de mi garganta.
Ella me ayudará a bien morir,
Gracias señora,
Gracias por mirar a donde nadie más se detenía a observar.
Ya no sentiré el calor de la ira, ya no sentirá tampoco alegría,
de esa falsa conmoción que nos envuelve cuando algo agradable pasa…
Ya no, porque me estoy apagando.
Con cada exhalación, un poco de mi se disuelve en la nada oscura de mi olvido,
 La muerte penumbrosa sujeta mis sueños, los estruja hasta hacerlos gritar, y lentamente sigue aplastándolos hasta que revientan en su palma, salpicando la sangre tibia de la vida que les inyecté mientras creí en ellos,
Mientras pensé que algo bueno saldría de creerlos.
Luego solo queda el silencio, un mutismo eterno que terminará solo cuando el tiempo lo haga.
Porque las decisiones vienen con consecuencias firmemente sujetas a su mano, y esta es la que yo he decidido tomar.
La que venía con el paquete.
Dame la mano.
Sigo cayendo y no sé a donde, pero sé que ya no será lo mismo, bueno, por lo menos el dolor será diferente, habrá una variación en el sistema de tortura, un calvario por otro.